domingo, 20 de marzo de 2011
ESPAÑA
ESPAÑA
Escribían su nombre en las paredes.
Con un carbón, con una tiza, con una lápiz mordido, con
un pedazo de yeso arrancado de una esquina, con
un clavo negro sacado de una tabla, escribían su
nombre en las paredes.
Les ponían sobre los pies un pie de plomo y otro de
acero, para que no anduviesen, para que no
llegasen, para que no escribiesen su nombre, pero
ellos escribían su nombre en las paredes.
Escribían su nombre en las paredes de las casas vecinales
lo escribían con letras grandes, como una exclamación
que quisiera despertar a los vecinos, y los
vecinos seguían durmiendo.
Les ataban ambas manos con alambres y con esposas y
con clavos y con cordeles, y con harapos y les
empujaban para que cayesen.
Pero ellos escribían su nombre en las paredes de los
colegios para que los niños fuesen hombres y las
niñas también fuesen hombres, y hasta los mariquitas
fuesen hombres.
Decidieron borrar aquellas letras y montaban andamios y
escaleras; fueron con helicópteros y con camiones
y con cestos de gomas de borrar y con enormes
botes de pintura y con máquinas pulidoras, pero
aquellas letras no se borraban.
Como ya la creían muerta, nadie más escribió su nombre
en las paredes.
Para borrarlo, decidieron derribar la ciudad y hacer otra
ciudad con edificios nuevos y decidieron que los
poetas no pudieran andar sus calles deteriorando
las paredes. Grandes caravanas trasladaban máquinas,
artesas, niños, camas, mujeres, hombres,
palos, vajillas, cenizas a la nueva ciudad.
Tras el primer crepúsculo, a la primera hora de la noche,
se confundieron todas las bombillas de todos los
anuncios luminosos, se confundieron todas las
letras de los rótulos de todas las fachadas y escribieron
el mismo nombre, allá en el cielo, donde
no se borra.
ÁNGEL CRESPO
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