sábado, 10 de julio de 2010
ESPAÑA Y ESPAÑA
Ignacio Camacho en abc.es
CUÁNTO nos gustaría que España se pareciese a España. Que la selección fuese un trasunto del país, la metáfora de una nación fiable, exitosa, respetada, segura de sí misma, y no la encarnación aspiracional de sus sueños. Que la cohesión del equipo del fútbol surgiera de la avenencia cómoda y natural de una sociedad equilibrada. Qué hermoso sería presumir de un patriotismo así, democrático, representativo, espontáneo, fluido y sin fisuras, integrador y alegre, en el que la palabra España sonase sin chirridos como el concepto matriz de una idea común de concordia.
Quizá por eso la gente esté disfrutando tanto de esta dulce utopía en la que el fútbol aglutina un ideal mucho más grato que la crispada realidad de la política. Un clima en el que España no es una ofensa ni un debate sino una aspiración colectiva. Serena, participativa, alegre, sólida. Una España moderna y plural capaz de actualizar los versos de Miguel Hernández, con catalanes proactivos, andaluces esforzados, asturianos esenciales, madrileños generosos y vascos solidarios. Una España sin conflictos de personalidad ni estériles polémicas identitarias. Una España cosida con los hilos invisibles de un objetivo, un proyecto y una estrategia. Una España eficaz, vigorosa, solvente. Una España mejor que España misma. Una España imposible, acaso.
En esa España desiderativa hay, además de un grupo humano entusiasta, preparado, virtuoso, un liderazgo prudente y sensato que marca el rumbo con madurez y cordura. Vicente del Bosque, que tira a socialdemócrata moderado, representa un estilo de dirección sin estridencias ni aventurerismos que se echa de menos en el país real, tan entregado a espasmos, ocurrencias, experimentos e improvisaciones. Un liderazgo sobrio, juicioso, maduro, alejado de carismas sobreactuados e imposturas escénicas; una autoridad de convicción, de sentido común, de mesura. Si fuese un dirigente político tendría las cualidades de un hombre de Estado: alguien que conoce su oficio y lo ejerce con temple y firmeza, sin demagogias triviales ni retóricas hinchadas; un hombre que trata de solucionar problemas y si no puede al menos procura no inventarlos. Tampoco en eso se parece la selección al país, sacudido por conflictos ficticios a menudo creados por la incapacidad de solventar los reales.
Pero, sobre todo, lo que diferencia a una y otra España es el espíritu. La fe, la confianza en sí misma, la solidaridad. La ausencia de una artificial conflictividad histérica. El trabajo en pos de un propósito común que llegará o no pero ya es en sí mismo el elemento de cohesión que da sentido al esfuerzo. Sí, ya quisiéramos que la nación tuviese la determinación, la coherencia y la impronta del equipo que la representa. Y ya nos gustaría, sobre todo, merecernos una España como ésa.
www.falange-autentica.org
LO QUE LA SELECCION ESTA CONSIGUIENDO
Información sacada del Periódico de Cataluña, que no tiene nada de derechas. Las muestras de júbilo popular ante los triunfos de la selección española en el Mundial de fútbol de Suráfrica tienen muy preocupados a nuestros nacionalistas, siempre dispuestos a sentirse, com...o los personajes de la novela homónima de Fiodor Dostoievski, humillados y ofendidos. En su opinión, los pérfidos españolistas están saliendo del armario (¿donde ellos han intentado mantenerlos encerrados desde hace más de 30 años?) y hasta se atreven a colgar banderas en los balcones (cuando lo verdaderamente extraño sería que esas banderas se vieran en Berlín, París o cualquier otra ciudad extranjera)..PF ¿HASTA DÓNDE vamos a llegar?, se preguntan nuestros patriotas mientras llevan a cabo acciones tan demenciales como embutirse en una camiseta de la selección alemana y concentrarse en una sede de ERC para dar rienda suelta a su odio al vecino. Si hubiera manera de razonar con ellos, les diría que las celebraciones catalanas de los triunfos de la selección española son absolutamente lógicas en una comunidad en la que, según las encuestas que se han publicado, más de la mitad de sus habitantes nos sentimos tan catalanes como españoles, sin que ello nos cause la menor esquizofrenia; una comunidad en la que, pese al ruido que hacen y la tabarra que dan, los independentistas no llegan al 20 % de la población.
Pese a los intentos de CiU y ERC (con la inestimable ayuda de los pusilánimes reunidos bajo las siglas PSC, a quienes no les ha importado dejar España en las zarpas del Partido Popular) por convencernos de que no se puede ser catalán y español a la vez (y no estar loco), parece imponerse la realidad de que sí se puede y de que una cosa no quita la otra. Desde que Jordi Pujol, ese caudillo providencial, decidió que había que potenciar todo lo que nos separaba del resto de los españoles e ignorar convenientemente lo que nos unía, los nacionalistas han ido trabajando con ahínco –y sin encontrar prácticamente resistencia en nuestras fuerzas de supuesta izquierda– en la fabricación de una Catalunya falsa que ha acabado por imponerse a la real.
CON LA AYUDA decidida de los medios de comunicación, han construido un país en el que todo el mundo es independentista, un país más falso que un billete de tres euros, pero que a los nacionalistas les gusta más que el de verdad, pues este no deja de decepcionarles: la gente se queda en casa en vez de acudir a los chuscos referendos independentistas, celebra los triunfos de la selección española y detesta cada vez más a los políticos locales, esos personajes que para cada solución tienen la habilidad de encontrar un problema.Ver más
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